Sus manos temblaban como hojas de arboles golpeadas por la lluvia. Sacudía su cabeza de un lado a otro, izquierda, derecha, izquierda; comicamente con expresión de asombro. No lo podía creer. Al menos eso decían sus ojos. Perdida en la bruma de su memoria ella recordaba y olvidaba- una y otra vez.
Los gritos no eran lo más perturbador, el silencio lo era. El doctor la miraba preocupado y la chica yacía inmóvil en el suelo, reposada y dócil como un corcel. Era difícil confiar en el juicio de ella pero sin resistencia no hay nada que él pueda hacer.